Identidad de ciertas frutas (Amanda Berenguer)

tapa de Identidad de ciertas frutas

Amanda Berenguer nació en Montevideo el 24 de junio de 1921, en el día de San Juan. Junto con su esposo José Pedro Díaz fueron parte de la generación del 45 e hicieron de su casa en la calle Mangaripé, el epicentro de un gran movimiento cultural del que participaron entre muchos otros Mario Arregui, Ida Vitale, Ángel Rama y también visitas ilustres como Juan Ramón Jiménez, Jorge Luis Borges o José Bergamín con quien los unió una profunda amistad.

Recién casados, Amanda y José Pedro, compraron una imprenta Minerva y fundaron el sello La Galatea en donde se publicó la primera obra de Amanda; Elegía por la muerte de Paul Válery en 1945.

 

Luego coordinarían junto a los hermanos Rama el mítico sello Arca en donde se publicaría la mayor parte de su obra.

Tomando como lema el ostinato rigore de Leonardo Da Vinci, Amanda exploró los límites del lenguaje poético. Experimentó con las formas clásicas, con la poesía visual y con las modulaciones de su voz en su trabajo Dicciones (1973).

También escribió sobre su propia poética y se han reunido muchas de sus entrevistas en El monstruo incesante.

Acerca de Identidad de ciertas frutas, Amanda dice:

Las frutas estaban ahí sobre la mesa del comedor, tan a mano, tan calladas, tan misteriosas, tan sencillas, tan luminosas, tan atrayentes. Estaban y no estaban. Yo traté de  encontrarlas. Ese fue mi propósito. Quise saber quiénes eran. Buscaba la “Identidad de Ciertas Frutas”. Y en esta búsqueda me buscaba a mí misma, ¿a mí misma?

Llegamos a la poesía de Amanda hace casi veinte años, fuimos consiguiendo sus libros en pacientes búsquedas a una y otra orilla del Río de la Plata.

Cumplimos con esta edición un deseo largamente acariciado.

Nuestra inmensa gratitud con la poeta María Laura Blanco que nos posibilitó el encuentro con Álvaro Díaz Berenguer, quien se sumó a este proyecto con generosidad y entusiasmo.

Esta es la primera vez que la obra de Amanda Berenguer se edita en Argentina; celebramos entonces el centenario de su nacimiento con estas páginas que abren la colección de poesía de La Ballesta Magnífica.

 


XI

                        ( la sandía )

Yo buscaba sin saber bien

qué era  repartir aquella extensa fruta.

             Repartir la sandía – me dije –

y sacrificamos en tajadas

                       su fresca encarnadura.

Quedó abierta sobre la mesa mostrando el corazón.

¿De la tarde? ¿De la casa? ¿Del silencio?

Repartir la sandía – me dije-

es repartir una siesta de verano

                 una estación con vidrieras rojas

                                       y desierta

                  una cueva verde habitada por la sed.

XIX

                     ( el coco )

Un solo coco se ha instalado

                     en el comedor.

Me acerco a un circo de mi niñez.

Un cachorro leonado? Tiene

pelo áspero y duro

       como el tronco de la canela.

Un mono amaestrado

se arroja en mitad de la arena

desde un altísimo trapecio.

En la palmera que da los cocos

                       hay una calesita.

Doy vueltas sobre un caballo blanco.

Ese caballo blanco era de leche

Y estaba dentro del coco.

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