Cronosí­ntesis

«De un lado del tapial la llaman con un nombre y del otro lado le dicen brocamelia, pero la planta está del lado que la llaman rosa de Jericó. Como no es egoísta, da flores para los dos lados y estas comienzan siendo grandes y blancas para marchitarse cambiando al rojo, como avergonzadas, pero siempre muy hermosas». La rosa infinita, flor que los poetas y los teólogos vienen soñando desde hace siglos, tiene también, como este fragmento lo propone, su lado «vecinal». En la cima de ese tapial, frontera frágil

«De un lado del tapial la llaman con un nombre y del otro lado le dicen brocamelia, pero la planta está del lado que la llaman rosa de Jericó. Como no es egoísta, da flores para los dos lados y estas comienzan siendo grandes y blancas para marchitarse cambiando al rojo, como avergonzadas, pero siempre muy hermosas». La rosa infinita, flor que los poetas y los teólogos vienen soñando desde hace siglos, tiene también, como este fragmento lo propone, su lado «vecinal». En la cima de ese tapial, frontera frágil entre lo íntimo y lo público, la rosa de Jericó brinda, a todos por igual, su generosa belleza.

Nacida en Gualeguay, Emma Barrandéguy (1914-2006) compartió, desde su juventud, la lucha estética y política con Juan L. Ortiz, Carlos Mastronardi y Amaro Villanueva. En 1937 se instaló en Buenos Aires donde integró junto con Mario Bunge el proyecto de la Universidad Obrera, trabajó en el diario Crítica y durante 22 años fue secretaria de Salvadora Medina Onrubia de Botana. Escribió poemas, crónicas periodísticas y libros que, como El andamio (1964), Crónica de medio siglo (1986) o Habitaciones (2002), definen una obra ya reconocida. Reconciliándose con su lugar natal, en 1976 regresó a Gualeguay. Desde ese momento y hasta poco antes de su muerte, en diciembre de 2006, publicó regularmente en el diario local, El Debate Pregón, artículos que nunca fueron reunidos en libro. En estos textos, que tienen precisamente el encanto de lo vecinal, Emma Barrandéguy encuentra, en un raro equilibrio, un tono singular para relacionarse con lo próximo o el prójimo. Como señala Evangelina Franzot, responsable de esta edición: «Detrás de una aparente sencillez y con un registro desenfadado y sin grandilocuencias, Barrandéguy logra decir, logra sostener un diálogo con los seguidores del diario, a quienes parece proponerles distintas alternativas de lectura. Por lo menos dos: una que roza la anécdota y lo cotidiano, accesible a todo lector, y otra que parece estar reservada a un interlocutor atento, capaz de pactar con su ironía, con lo sugerido, con lo no expresado».

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