Érase una vez la lectura
Esperar un libro como quien espera una amistad: en esa intimidad en que la ilusión es incontable, se abren las historias, los cuerpos y las geografías, sobrevienen infinitos personajes, y hay una alegría incipiente cuya pérdida tememos más que nada en el mundo.
Después de todo, nuestras vidas son demasiado breves, demasiado parcas, someras, superfluas, pequeñísimas, austeras, convencionales. Podríamos contentarnos con todo ello, es verdad: someternos a las lógicas bastardas actuales de la felicidad empobrecida, hacer de cuenta que vivir es transcurrir en el tiempo que pasa, obviando la necesidad de que pase algo en nuestro tiempo. O bien, leer un libro que nos quite de nosotros, de nuestras obsesiones, de nuestra indiferencia, de nuestros modos naturalizados de ver y comprender, de nuestras formas consabidas de hablar, de pensar, de percibir, de desear.
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