“Lo que escribí mientras no me mirabas” remite desde su título a la imagen del escritor como una personas solitaria que encerrada en su habitación se dedica a narrar historias para que otro, el lector las lea. En definitiva, el título le habla a ese otro,  su complemento necesario. Luego de mirar a la chica pudorosa que nos observa desde la tapa y a la que miramos conscientes de la incomodidad que provocamos nos encontramos con el primer micro-relato “Arte poética”. Tradicionalmente, se denomina de este modo a una meta-poesía. Es decir,  una poesía que se auto explica e incluso se justifica a sí misma. En este caso, el texto se plantea como una declaración en la que puede leerse entre líneas un concepto de ficción, de público, de reconocimiento y del quehacer literario. Resulta evidente que la escritura estipula sus propios límites, pero el que desea escribir debe lidiar con ellos y hacerle decir a las palabras lo que se desea.

La ficción reaparece como temática en los micro-relatos “Obra” y “Novelas”. En la primera narración la representación confunde al actor pues durante la misma percibe la mirada de una mujer. Luego del saludo va en busca de la dama, sin embargo su indiferencia lo entristece. Él, un hombre que de dedica a generar ilusiones, no pudo distinguir entre esos mundos: la ficción y lo real. En “Novelas” la continuidad de ellos se da en la protagonista y en el pueblo que sigue la vida de María Antonieta como si se tratara de la novela de la tarde. En el inicio, la persona que confunde ambos espacios, es la madre de la joven pues intenta analizar su vida bajo los parámetros de las novelas que observa. Posteriormente sabemos que la que narra la vida de María Antonieta es una vecina. Ella, representante del público, confiesa su poder en la construcción de las acciones de la joven y entonces aparece la duda ¿la vida que se vive para agradar a los otros no es acaso una ficción?  El discurso alegórico nos lleva de lo real a lo simbólico y viceversa, sin embargo el que decide ir y venir es el que lee. Sólo el lector puede resolver donde quedarse. En “Esteban Alzola” la simulación de un suicidio es utilizada, por una personalidad manipuladora, para ver cómo reaccionan amigos, familiares y enemigos ante la ausencia. Él, al contrario de María Antonieta, cree controlarlo todo, incluso quién  será el culpable de su supuesta muerte.

            Por otro lado, un elemento que se destaca es la ternura. Desde la simpatía que genera una cucaracha en “Sin consenso” hasta la simpatía que provoca el enamorado primerizo de “Suspirar”. De todos modos, si alguien se lleva el cariño de los lectores es Bolsita. El linyera recorre la obra y a través de su presencia nos acerca una manera de vivir que nos enfrenta con nuestros deseos. Si somos lo que poseemos ¿qué llevaríamos en una bolsita de plástico?

Un tema recurrente es la obsesión: “Adolfo y Helena” son unos simpáticos abuelos con rasgos de acumuladores compulsivos y el anónimo personaje de “Sonidos” modifica su existencia debido a un sonido recurrente. Hasta aquí parte de la reseña de la obra.

Si la afirmación que asegura que la literatura es un discurso social podría ejemplificarse debemos decir que la sociedad que se describe en “Lo que escribí mientras no me mirabas” se halla compuesta por seres olvidadizos, espontáneos, sensibles, analistas y eso los hace creíbles. Escribir es entonces luchar contra el olvido, quitarles imágenes al tiempo para narrar una historia. Generar, como dice Borges, simulacros que nos ayuden a conmover al lector porque, después de todo, si parte del placer que siente el que escribe se recrea en el que lee, la tarea del autor está cumplida y nosotros los lectores agradecidos.