Por el camino de Newark// MARTHA FERRO
Alguna vez retraté a Martha como la “mina” que quería componer: la detective unisex, el sobretodo subido hasta las orejas, que interroga a una rubia sospechosa con un vaso de ginebra en la mano, mientras relojea la puerta del bar, por si asoma el traje de civil de la yuta. En Nueva York ella y sus amigos fueron a buscar a Allen Ginsberg, se volvieron queer antes de tiempo, y se salvaron la vida todos los días, en una época donde nadie hablaba de cuidados ni de relaciones sexo-afectivas.A ella se le pegó la música hipnótica de Allen – un acordeón monotemático que marcaba el ritmo incesante de los versos. Más karmático que lésbico, como le gustaba precisar, y ya en Buenos Aires, lo mezcló con los subrayados sonoros de los radioteatros de Juan Carlos Chiappe. De todo eso sacó un estilo que no se dividía en lo oral y era desbordante en ficciones de pueblo.En estos poemas se lee que ya estaba a la altura de las grandes de su época. No abandonó la poesía: experimentó con otro género, la crónica. En su radicalidad irrenunciable, no se sistematizó, dejó a sus poemas volar por todas partes, a veces escondidos, pero siempre bien guardados. Juan Queiroz fue recogiéndolos de las manos amigas para que los conocieran los nuevos “karmáticos”, fuera de serie, “únicos-únicos” de este mundo. María Moreno
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