Mudanzas


Mudanzas empieza con una mención al río, a pasajeros en un buque en la coreografía de la espera, la búsqueda de un lugar donde sentarse para aguantar el viaje, en la añorada hipocresía que con media sonrisa desatiende la incomodidad propia para privilegiar la convivencia. El primer capítulo termina con el protagonista sentado, tomando un trago de jugo y diciendo: el líquido me ayuda a tragar; un verdadero anuncio del mundo en deriva que propone la novela desde la primera línea. Mudanzas, de Marcelo Filzmoser, narra con notable honestidad un recorrido que expone un impulso doble, el agotamiento por la forma, la disolución, y una sensibilidad trashumante que se fragmenta y se debate entre coraje y cobardía. El amor como una contingencia que disuelve bordes y se asoma a lo imprevisto, la imposibilidad de habitar completamente la experiencia propia y la acechanza de los otros complejizan un texto que, íntimo, descarnado y decidido, habla a su propia contemporaneidad.
Julián López
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