El coloquio de las plantas (Luciana Mellado)
Florecer en el desierto
Apuntes sobre la poesía de Luciana Mellado
por Marisa Negri
Elijo para hablar de la poesía de Luciana Mellado un día de viento. Sopla sudeste y pienso que es un viento hermano de aquel que en la Patagonia le vuela las palabras a Tani, esas palabras que le crecen como yuyos y tienen el poder de brindarnos abrigo.
Ella nombra el amor y el dolor, cose con un hilo que tomó prestado del costurero de la abuela, hilvana el sentido de la vida y se pregunta ¿qué quise decir? ¿cuándo cayeron las hojas del durazno?
Tani dice que el silencio puede ser una fruta y que las nervaduras son señales que ordenan el misterio, que el mundo crece afuera pero también adentro; será por eso que su poesía tiene como un tapiz, su lado de rumiar la sangre y ese otro de enhebrar las voces de las otras mujeres, las voces del viento, el oído abierto a lo que somos también en comunidad.
Como buena jardinera que es – tal vez algo que le enseñó Violeta Parra- sabe que el secreto está en la semilla.
La semilla late, duerme en su sueño de flor que será y entonces ella riega, busca un lugar al sol, cuida lo que aún no tiene nombre y brilla debajo de la tierra.
También nosotrxs cumplimos con el destino cíclico de la semilla.
¿Y qué necesitan los cuerpos como alimento?
Amores, madres y abuelas que sepan de lágrimas y de ungüentos, buenos tutores, un amor que atraviese todas las edades, que haya viajado hasta nuestro corazón desde antiguas vidas. Alguien a quien mirar. Alguien que te vea.
¿Y con eso alcanza?
No.
También como Violeta siembra flores para que alumbren las trincheras, porque no alcanza con despreciar al amo y prefiere que las cosas puedan cambiar de forma para ser ellas mismas.
Los cuerpos son puentes que resisten en la oscuridad.
Escuchemos la voz que viene del viento en el desierto.
Hemos confiado en la jardinera y ahora entre las piedras, florece la amapola.
Dos poemas de El coloquio de las plantas
Aloe vera
1.
Un aloe vera crece en una maceta
con pie de hierro
en la parte cementada del patio.
Nunca me detengo a mirarlo
ni siquiera las veces
que le saco alguna hoja
cerca del tallo.
Sin pensar agarro el cuchillo
y corto una pieza gelatinosa
de su cuerpo.
Pasar desapercibida
no le sirve a esta planta
para ahuyentar la codicia de los otros.
Como esta planta
tu cuerpo puede ser afectado
e ignorado al mismo tiempo.
Farolito japonés
1.
El farolito japonés no para de crecer.
Me pedís que lo mire todo el tiempo
cuando paso cerca suyo.
Te alegra que exista.
Hay cuerpos recíprocos
más allá de la materia,
cuerpos que se atraen,
se comprenden,
conversan.
Adentro de cada flor crece
un secreto diminuto
que vos proteges
y te protege.
También me escondo
en lo pequeño.
Aprendí a bajar la guardia,
a no bajar la guardia,
a pendular.
Y creí que debía enderezarme,
corregir lo torcido de mí.
Lo creí una vez y otra vez
y otra vez más.
Me desperté del espejismo
con insomnio
y un leve dolor de espalda
que a veces vuelve.
La soledad de las flores
está completa.
No busca compañía
pero siempre la encuentra.
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