El Palomar
A diferencia del hormiguero, que es un falansterio diseñado por hormigas, El Palomar no es una arquitectura inventada por palomas sino por unos humanos llamados colombófilos dedicados a regularles los vuelos. Con los errores de cálculo del caso (escribir es errar), se intuye que es en memoria de esa diferencia que Francisco Magallanes llamó El Palomar a este libro en el que los personajes caen como palomas después de volar como halcones.
Los ángeles negros de El Palomar forman ranchadas, mueven droga, manejan remises fundidos, enrollan y desenrollan los trapos de El Lobo, se emborrachan y llevan en la sangre –envenenada por el determinismo histórico que rocía el ambiente- la ideología del batacazo.
Francisco Magallanes se hunde en las lenguas vivas de la Argentina que no escucha nadie. En ellas, que actualizan la hibridez lírica de Fierro, hay representaciones nuevas de los escenarios sociales fronterizos y de sus bellezas escondidas. Digamos su arte de vivir. Pero de todas las gracias del libro, la mayor, la mejor, la inusual, es que se habla en concreto. Sea porque las cosas pasan, o para que las cosas pasen.
Memoria feliz y sangrienta del drama nacional de no tener, El Palomar nos dice que allá abajo, donde la vida es una fiesta que se termina cuando empieza, no hay otra literatura que la realidad.
Juan José Becerra
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