El sol mueve la sombra de las cosas quietas


Una mujer se sienta en el terreno en el que construirá, con sus propias manos, una casa. Su mirada viaja por cada uno de los elementos que hay a su alrededor. Observa el lugar y los mínimos cambios que se producen durante las horas de esta meditación contemplativa. Es el paso del tiempo el que empieza a darle forma a su sueño.
En esa acción de Sara, la protagonista de uno de los cuentos de este libro, podría sintetizarse también cierta metáfora de la escritura de Kamiya: la del tiempo como una suerte de catalizador que posibilita o modifica las reacciones o los cambios de las personas y las cosas. La escritora, como Sara, contempla. En algunos relatos, con filosofía casi objetivista, parecería que las cosas fueran los verdaderos sujetos de la historia: una quinta de fin de semana es inmutable testigo de la vida de otra mujer, una flor es el destino que nombra a una niña; en otros, es el tiempo mismo el que parece asumir el rol central, haciendo una pirueta para narrar varias situaciones de muerte simultáneas, en la aporía de un koan zen, o estirándose mansamente en una conversación de dos amigas durante una espera en la vereda.
Para quienes hayan leído "Los árboles caídos también son el bosque" (bajolaluna, 2015), este libro será, para apelar a una definición en desuso, la confirmación de un estilo: "El sol mueve la sombra de las cosas quietas" nos vuelve a introducir en la prosa lírica voluntariamente despojada y sutil de una autora inconfundible.
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