Piero y José. Dos atorrantes. 1969-2024

Piero y José. Dos atorrantes. 1969-2024

Piero y José fueron dos referencias clave en la Era de los juglares modernos de la Argentina. Ambos nombres figuraban en las etiquetas de los discos de Piero. Con su guitarra criolla, sus anteojos de universitario y esos cabellos largos que disgustaban a los cancerberos de las buenas costumbres, Piero susurraba en clara entonación “Mi viejo”, “Coplas de mi país” y “Pedro nadie”, entre otras creaciones escritas en colaboración con José Tcherkaski. De niño –nací en 1959, doce años antes de que el LP Coplas de mi país habitara la discoteca de mis padres– aprendí lo que quería decir la palabra juglar. Lo aprendí hojeando las páginas de Primera Plana y pispeando algunas contratapas de discos que, hacia fines de los años sesenta, daban cuenta del regreso de aquellos artistas ambulantes del Medioevo que, con un laúd y un par de coplas, eran capaces de despertar la atención de la calle y el palacio; a menudo, la aprobación trocaba de golpe en repudio y entonces los juglares tenían que exiliarse.

La juglaría volvió al ruedo en la década rebelde por antonomasia. Volvió cuando muchos creyeron que la canción tenía el deber de decir, del retomar el cantar opinando de Martín Fierro, pero en un contexto muy diferente, allí donde las huellas de Atahualpa Yupanqui se mezclaban felizmente con las de Bob Dylan para señalizar el camino de la canción. Entonces volvieron los juglares para decir en un tiempo de rupturas y utopías, de modernidades insolentes y legados antiguos. No todo lo que las canciones de entonces dijeron sobrevivió con prestancia las urgencias de su tiempo. Pero sí varias de las canciones de Piero y José. De José y Piero.

Al lado de la Gestalt del rock –con The Beatles marcando el norte, todos para uno, uno para todos–, la figura del solista andariego tuvo una magia especial. Pero, ¿quién era José, el que firmaba con Piero aquello que Piero cantaba? Más tarde lo supe y entendí que esa dupla, como las del folklore del Nuevo Cancionero, era perfecta en el sentido de complementariedad. Que el intérprete no soslayaba al poeta, y que esas letras conmovedoras, de un coloquialismo épico, cobraran fuerza en alianza con las melodías, para que el modo cálido y sosegado del intérprete, generalmente sobre un ritmo de milonga arpegiada, llegara a una audiencia esperanzada de que, por más difícil que fuera el tránsito por aquel presente, el futuro nos aguardaba con buenas noticias. (Texto de Sergio Pujol)

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