Primera Sangre


Con luminosa desfachatez, Primera sangre se instala en un segmento insoslayable de la literatura: el de las novelas de iniciación o de formación. Inaugurado por Goethe, este segmento ostenta obras tan dispares y espléndidas como pueden serlo El cazador oculto y El juguete rabioso, pero es escaso en heroínas: adolescentes mujeres qué –¿por qué no? –, también ellas a los golpes, buscan su identidad y su destino. Es lo que ocurre en esta novela de Josefina Trebucq. Su aventura esencial no es difícil de compendiar: una cordobesa de trece años merodea por Buenos Aires buscando –temiendo encontrar– a su padre. Menos sencillo resulta, en cambio, comunicar esa trama inasible que le confiere al libro su originalidad. Creo saber por qué. Esa originalidad no parece provenir de la escritura sino de la protagonista: de su respiración, y de su alocada y contradictoria y arrolladora visión del mundo. Como si esta visión fuera la que va creando su lenguaje, la que confiere su peculiar coloración y su brillo a las palabras. La que vuelve cautivante la casi doméstica aventura de una búsqueda cuya culminación –cuyo capítulo final– sin duda quedará entre las páginas antológicas de la literatura argentina. Liliana Heker
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