Punto de fuga de Federico Ferroggiaro


Kilómetros de páginas escritas por la crítica literaria intentan explicar cómo es que eso que llamamos realidad entra en la literatura, cómo logran algunxs escritorxs hacernos firmar ese contrato que nos mete de lleno en los artefactos ficcionales que producen y funcionan como maquinitas precisas de reproducción de lo real. De nada serviría intentar develar las estrategias mediante las cuales Ferroggiaro logra, de manera eficaz y sutil, que nos tiremos de cabeza, convencidos, a esa pileta ficticia que es su narrativa. Más interesante resulta identificar qué es lo que nos pasa durante la zambullida, indagar en las suspicacias que movilizan los sentidos que nos interpelan.
Como no tiene Instagram ni frecuenta las redes sociales, poco se sabe con certeza de Federico Ferroggiaro. Nos consta que nació en 1976, condenadamente en Rosario. Estudió sin destacarse, se reprodujo sin agotarse y recayó en la publicación de libros de narrativa. Omitiendo las antologías, remitimos a El pintor de delirios (EMR, 2009), Cuentos que soñaron con tapas (El ombú bonsai, 2011; Casagrande, 2018), La niña de mis ojos (El ombú bonsai, 2013), Tetris (Editorial UNR, 2016) y Par de seis (Baltasara, 2019) a quien quiera conocer la escritura que precede a Punto de fuga, su sexto libro.
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