Una reconocida funeral home neoyorkina advierte a su clientela que la escritura de obituarios persigue un propósito esencial, desencadenar el lamento por no haber tenido la oportunidad de conocer a esa persona que lo protagoniza. Los relatos de Campo Santo absorben esa condición y van un paso más allá, desmenuzan el género y lo invierten; la voz que les insufla María Martoccia se hace oído para dar paso a las hablas que invocan o conjuran la accidental fortuna de los muertos, voces que los relatan para que se queden un poco más de este lado o se vayan de una buena vez.

Uno sospecha que la aguda inteligencia de Giordano no habrá dejado de anunciarle que su papel de crítico, siempre dispuesto a marcar el momento en que un autor se aleja de lo mejor de sí mismo (en todos los sentidos, sobre todo en el emocional), terminaría por reflejarse sobre sí mismo. Ocurre en el epílogo de Una posibilidad de vida, donde aparecen sus propias dudas acerca de emprender lisa y llanamente la literatura. Elvio Gandolfo

Los relatos de Cuentos Barrofón arman una topografía que también es una poética y una política. Las marcas del territorio son los animales: los lobos, los perros, los cuervos, los gorriones, las urracas, un colibrí, las víboras venenosas y más, siempre más.

El vértigo del olvido. Peor, el vértigo de los recuerdos que llegan como en ráfagas. La necesidad de reconstruir –o hasta de construir– una historia a partir de retazos, de puros fragmentos de memoria suelta. Fernando Chulak se vale de ese vértigo para hilvanar la desventura de un hombre, su perro –¿será su perro?– y su mujer –por dios, ¿será su mujer? 

'La poesía dice vida mientras esgrime una única prueba para dar su testimonio: la prueba del presente', escribió Tamara Kamenszain. Este libro de Florencia Malbrán hurga en algunas obras latinoamericanas contemporáneas para encontrar esa prueba del presente y para decirnos que en las obras de Pablo Siquier, Beatriz Milhazes, Ernesto Neto, Mario Bellatin, Jorge Macchi y Sergio Raimondi late una indeterminación que abraza la incertidumbre, en la que puede leerse un nuevo concepto de agencia.

Julia conoce a Ignacio y esa noche se gustan, se divierten, se buscan pero no terminan de encontrarse. Luego él desaparece sin dejar ningún dato. Ella se obsesiona y empieza una aventura alocada para volver a verlo.

La Stalker es una novela contemporánea: fresca, delirante, contradictoria. Julia desafía el manual de la buena feminista y a veces sale victoriosa, a veces estropeada. La escritura ágil, con buenas dosis de humor y toques alucinados, de Raquel Tejerina nos regala una antiheroína memorable.
Selva Almada

Partir para no quedarse esperando. Abandonar lo que no se tiene para no entregarse a lo que hay. Esquivar la desolación, aún a precio del hartazgo, trazando una cartografía honesta de lo imposible.