mujeres escritoras

Las 36 mujeres inmortales de la poesía japonesa

Este libro invita a presenciar un uta-awase imaginario, una competencia poética en la que se enfrentan las 36 mujeres inmortales de la poesía japonesa, divididas en dos equipos de épocas distintas: por un lado, 18 poetas del período Heian (Equipo de la Izquierda); por el otro, 18 poetas del período Kamakura (Equipo de la Derecha).

Lluvia y viento sobre Télumée Milagro, de Simone Schwarz-Bart

Lluvia y viento sobre Télumée Milagro cuenta la historia de cuatro generaciones de mujeres en el exuberante archipiélago de Guadalupe, años después de la abolición de la esclavitud. Télumée, quien transmite ahora las historias y la espiritualidad de su gente como lo hacían sus antepasadas, narra la vida de su madre, su abuela, su bisabuela y la suya propia, signada por la explotación.

Juego limpio, de Tove Jansson

Mari es escritora, Jonna es artista. Mari y Jonna comparten la vida desde hace décadas, una vida de trabajo, pero también de deleite y a veces de consternación. Discuten, sobre arte, sobre sus padres. Se critican el trabajo, a veces con amabilidad, otras con dureza. Se ríen, ven películas, recuerdan su juventud, pasan tiempo en la cabaña de la isla, o viajan por los Estados Unidos. Cada una conoce perfectamente los hábitos de la otra y los respeta. Pero de vez en cuando aparecen personas o cosas que alteran el equilibrio.

DIVINA LYSI - Sor Juana Inés de la Cruz

Juana Inés de Asbaje y Ramírez (México, 1651 - 1695) es considerada la poeta hispanoamericana más importante del siglo XVII. A los tres años aprendió a leer y escribir, a los catorce fue dama de honor de la virreina. En la corte pudo desplegar su brillante inteligencia y desarrollar una gran erudición. En 1669 entró en la vida monástica para poder dedicarse a escribir y estudiar.
La Nueva Virreina fue su mecenas y amiga. A ella, Sor Juana le dedica gran parte de su obra lírica. 

Soltar la casa, de Lidia Rocha

Hubo una ingenuidad niña, de cuando nos enseñaban a dibujar la casa, el árbol, el sol, casitas estereotipadas, abrir puertas y ventanas de papel, de utilería; nos obligaron a imaginarlo así, juntas, lo creíamos. Luego, nadie nos advirtió sobre los remolinos del futuro, ni de la casa vacía como un nido abandonado, ni de los desarraigos dolorosos, ni del oxígeno necesario para nadar en la incertidumbre de la noche, ni de los modos de amarnos o despedirnos. 

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