Los que matan el tiempo y lloran su entierro

“Vuelve Pablo Laborde con la misma pluma ácida que usó para escribir Bilis, su primer libro. Si aquellos relatos nos desgarraron las vísceras, los que forman parte de este segundo libro nos punzarán la mente hasta alterar nuestro ritmo cardíaco. La forma de no sucumbir será comprender que estamos ante una ficción, aunque detrás de esa ficción muchas veces se agazape una feroz realidad”.

 

Bilis

Bilis reúne diez perturbadores relatos, distintos entre sí, pero amalgamados conceptualmente por una materia indefinible. Con ligero cariz voyerista, el autor nos induce a espiar conflictos cotidianos desde un lugar de aparente protección.

Lo que sigue después de (Ellas)

Lo que sigue después (de ellas) es un relato poético, un espejo roto en el que podrá reflejarse cualquier corazón destrozado. Después del divorcio, su protagonista vivirá emociones fuertes al tratar de rearmar su vida con una veinteañera, pero sin saber qué hacer con todo lo que se le pudrió en el pasado. Escribiendo con efervescente ansiedad —y también con mucho amor—, Agustín Crespo traza el camino que va del enamoramiento al olvido.

Los bocetos de Picasso

En plena crisis argentina de 2001, Claudio Terrada, un joven pintor, debe dejar Tilcara. Volver a Buenos Aires con la intención de buscar nuevos horizontes es, tal vez, la decisión más importante en su carrera. Sin embargo, a los sueños por triunfar, y a su deseo por hallar un nuevo estilo en sus pinturas, lo esperan años de frustraciones y rechazos. Su único sostén para seguir adelante y levantarse de cada tropiezo es la pasión irrefrenable que siente por una encantadora mujer. El amor por ella se ha transformado en su motor principal.

La complicidad de los cuerpos

Aquello que convive en nuestro interior, y al que sólo nosotros tenemos acceso, siempre encontrará la forma de desnudarse frente a los otros, y lo hará. Porque, a pesar de vernos sumergidos en una soledad muy propia, siempre intentará mantenernos a flote y, en algún punto, conectados con los demás.La complicidad de nuestros cuerpos nos delata, nos hace descubrirnos ante la mirada del otro. Porque, con el tiempo, nos hemos transformado en cómplices del silencio, a pesar de lo que nuestras voces quieran gritar.

Casi transparente

Mi mamá me enseñó a hablar; yo aprendí a escribir para poder hablarle. Lo escrito ha sido nuestro cordón umbilical y lo único posible, y por eso me debo a la palabra. A los 25 años llegué a estar tan vacía de todo lo que no era mío que merecí mi nombre. Y volví al útero.

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